EL ESPACIO ENTRE LAS PALABRAS
DAMIÀ DÍAZ
El ejercicio de la práctica artística de Damià Díaz ha sido el fruto de un proceso catártico, de ataraxia casi, de asimilación. Como si de un anacoreta se tratara, se ha dedicado, en silencio y fuera del circuito mediático, del ruido desolador, a configurar su obra. Cosa que, como se podrá imaginar, es más difícil todavía para estos tiempos que corren. Damià defiende y lucha por su libertad frente al sistema del arte actual.
La creación, como la vida, no es un largo río tranquilo. La trayectoria de Damià comparada con esa metáfora del viaje, cualquier otro símil nos serviría, es un devenir, no lineal, nada fácil, a veces muy complicada.
Los fundamentos, la cimentación sobre la que surge la obra de Damià es su sólida trayectoria en el dibujo y la pintura y su esfuerzo titánico e ímprobo de producción.
La figura es algo a lo que Damià no es ajeno. Ha emborronado miles y miles de hojas y pintado muchísimos metros de lienzo y ha conseguido maestría en su quehacer y en su gesto. Quizás por eso Damià trabaja sobre proyectos aún ligados a la visión tradicional de la escultura como transformación de un objeto corporal tridimensional.
Ha investigado con los materiales: el hierro, el aluminio, la resina, los policarbonatos; con los formatos: la instalación, la escultura, el vídeo. Ha huido de efectismos y modas, como siempre. Podía haber sucumbido, pero los resultados, menos efectistas están ahí. Una obra sobria, cuidada, elaborada.
Se aprecia en la obra reciente de Damià que ha hurgado en distintos aspectos de nuestra sociedad que le inquietan, que le producen desasosiego, que le llegan a obsesionar o que se le reiteran… De todo ello, como buen alquimista, ha mezclado las dosis justas y nos ha mostrado su mejor quehacer de estos últimos años. Piezas muy medidas, muy meditadas. Una gran producción, con mucho bocetaje y dibujos previos, que nos enseñan al mejor Damià, al afanoso artista que lleva dentro.
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